LA TIRANÍA DEL HUMOR

Wolfgang Gil




Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano.

Schiller.




La gente cree que soy un asesino. No me comprenden. Solo he sido alguien con mucho sentido del humor. Tal vez mi humor no haya sido bien comprendido. Quería demostrar solo que tan tonta es la gente.

Déjenme contarle mi historia. Desde pequeño me han gustado las bromas. Cuando iba a la tienda mágica, lo que me atraía con una pulsión irresistible eran los lentes de rayos X para ver sin ropas a las chicas, los excrementos falsos para engañar a los incautos, los dientes de vampiro para asustar a las viejitas, y los explosivos para cigarrillos para escarmentar a los viciosos. En cambio, no me producían el mismo efecto los juegos de prestidigitación. Nunca pude hacer desaparecer una baraja con eficacia ni mucho menos lograba meter un aro de metal dentro de otro. Sin embargo, me quedó la esperanza que me enseñaran como se corta a una persona en dos y volverla a unir, o cómo desaparecer a alguien. Por otra parte, siempre me quedé con la ilusión que detrás de la cortina de la trastienda se encontrara un Stargate, portal interdimensional.

Después de divertirme mucho en mi infancia con estos artilugios, pasé en la adolescencia a tomar un aire más sofisticado. Me hice aficionado a burlarme de la gente construyendo frases ingeniosas que se les hacía difícil comprender a mis interlocutores: «Cuando afrontamos una decisión importante, debemos ser valientes para tomar la manera más cobarde de evadirla».

Pero como mi público no era muy sagaz, pasé a hacer una broma de mucho más calado. Al comienzo dije unas estupideces que nadie se podía creer, solo que lo dije de una manera muy seria. No quería que se dieran cuenta de mi burla. Pero se lo creyeron. Así que traté de decirles cosas más absurdas. En el fondo esperaba a que alguien se diese cuenta y se comenzaran a reír. Pero no sucedía. Les inventé un símbolo que saqué de un libro y unos lemas que tomé prestado de otros. Les dije que eran superiores a los demás. Me dio la impresión de que me estaban siguiendo la broma. Que todo era como un teatro, pero lo que pasaba es que había más y más gente siguiendo el chiste.

Me nombraron presidente de la república. Fui lo suficiente audaz para pedir que me nombraran dictador vitalicio. Yo esperaba que eso los hiciese despertar. Pero no, me lo otorgaron. Y dieron muchos más poderes de los que les pedí. Me dieron el control sobre sus vidas. Querían que yo les guiase. Que les diese el sentido a sus estúpidas vidas.

Empecé a preocuparme. Le dije que era solo una charada, pero no me creyeron. Ya estaba en una posición en que todos me reían mis ocurrencias. Creían que solo les estaba tomando el pelo. El líder absoluto de una fuerte dictadura no podía haber llegado a esa posición solo por una broma de colegial. Ya no había forma de escapar sino destruyendo lo que yo había creado.

Comencé a invadir a los países vecinos con la esperanza de que me vencieran rápidamente. Pero mis fieles generales ganaban territorios para mí. Nuestros vecinos se dejaron invadir casi sin oponer resistencia. Mi popularidad iba en aumento. No sabía ya qué hacer. Provoqué la persecución de grupos minoritarios dentro de mi propio país. Esperaba que la indignación moral minara las bases del régimen. Pero parece que el efecto fue el contrario. El odio a los semejantes reforzó la unidad nacional.

Ofrecí apoderarme de todo el planeta con la esperanza de que alguien se diese cuenta de mi locura. Pero no hacía sino aumentar mi popularidad. Hasta llegaban invitaciones de partidos extranjeros pidiendo que invadiésemos a sus respectivos países. Lancé una guerra en todos los frentes para debilitar nuestras fuerzas. Aun así, costó para que algunos países se resistieran.

Di órdenes confusas y descabelladas a mis generales. Esperaba que mis caprichos nos debilitaran. Pero no hice sino confundir a los generales enemigos. Afortunadamente, un golpe de suerte y el último esfuerzo de los enemigos, pudo acabar con nosotros.

Ahora, estoy preso esperando juicio. Me preocupa que exista gente que me considere como un gran hombre. Yo solo trataba de hacer reírme de los demás. Y, tal vez, que ellos se rieran de sí mismos cuando descubrieran su propia estupidez. No logré ni que reconocieran su irracionalidad ni que se rieran.

Creo que tengo merecida la horca. Espero que se me ocurra algo gracioso para decir como mis palabras finales. O puede que solo pida disculpas. Espero que comprendan que todo solo fue un juego. Sin querer, jugué a ser Dios.

¿Es malo jugar a ser Dios? ¿Puede haber mejor juego?


1 comentario:

  1. todo un placer leer al gran Wolfgang Gil en estos lares...

    un abrazo hermano

    J

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