LIBERACIONES V

Daniel Fernández García



Desde niño nunca he entendido muy bien por qué los escapistas entran dentro del mundo de los magos. Es decir, entiendo muy bien por qué un prestidigitador (*) cae en esa categoría. Digo, hace aparecer y desaparecer cosas, como todos los magos, pero la única gracia de un escapista es esa, escapar.

El mago pocas veces se expone al riesgo de morir, a lo sumo, en la mayoría de los casos se expone al riesgo de que el truco no resulte o, con mucha mala suerte, puede llegar a perder un dedo. El escapista arriesga mucho más.

En escena el mago tiene una asistente que le ayuda a guardar los conejos y las palomas que ha ido sacando de su sombrero, de su manga, de su abrigo, de la boca de quien lo acompaña. El mago logra matar a una persona sin que esta muera: la corta por la mitad, y mientras los pies de ella —suele ser mujer— se sacuden en un extremo del escenario, su cabeza sonríe en el otro, hasta que vuelva a ser reunida en una sola pieza. No solo la corta en mitades, a veces también la descompone, la destruye, la quema, la pulveriza o simplemente la hace desaparecer, tal como lo ha hecho con cartas, con animales, con flores.

Los magos siempre me han causado gracia porque tienen todo planificado para que nadie descubra el truco por más que se lo investigue, y esconden todos sus artificios y artefactos para que sigamos creyendo en la magia. Todos nosotros nos dejamos engatusar por los magos y creemos en algún momento que estas personas son seres sobrenaturales, que juegan con la física y la matemática, que obligan a recular a la naturaleza como si fuera el león que ya domaron y que nunca se volverá contra su domador. El mago arriesga muy poco, de hecho, podríamos decir en este sentido que estos “artistas” son meros estetas, que se preocupan por su presentación, por esconder cualquier falla si el truco no resulta, porque su ayudante sea bella, porque el ojo del espectador se pose sobre la mano que no tiene que hacer el movimiento clave, y se preocupan, finalmente, porque su sonrisa sea convincente.

Pero estoy siendo injusto, los magos se dedican a los trucos y trabajan con todo lo que puede hacer soñar al espectador. Hacen mentalismo, prestidigitación, trucos de escena y todo lo que nos haga creer que lo imposible es posible, incluso escapismo. Sin embargo, los escapistas, a pesar de haber empezado como magos en la mayoría de los casos, no se dedican a hacer resucitar animales, ni de llevar al borde de la muerte a otras personas y traerlas, ni de adivinar a través de un número los secretos más íntimos de las personas. Ellos se dedican a jugar con su propio cuerpo.

Los escapistas se caracterizan por no hablar mucho, y cuando lo hacen presentan su truco. Suelen no ser muy empáticos o atractivos y no tienen mucho histrionismo en escena, simplemente se dejan atar mientras explican al público lo que tratarán de hacer y luego se introducen en un tanque con agua, en un ataúd tapado con tierra, en una caja a la que se le prende fuego, en suma, en lugares en los que, de no haber un escape rápido, lo más probable es que mueran.

El truco más común en esta especialidad es introducirse en un tanque con agua, de las medidas que sean necesarias para que el truco sea espectacular. A menudo, el escapista es introducido atado con cadenas o cuerdas al interior del contenedor, mientras una cortina tapa totalmente los movimientos del hombre en el agua. Aquí no vemos nada, ya no hay que desviar la mirada hacia ninguna parte porque el truco se produce detrás de la cortina. Es imposible que veamos si algo está fallando, y cuando se levanta la cortina esperamos ver que el mago no se encuentre dentro y que se ha liberado para aparecer en otro lugar del teatro, y así hacernos creer que lo imposible es posible, nuevamente. El problema de que el truco no funcione es que, en el caso de los escapistas, no se puede esconder la falla: con buena fortuna solo el tanque queda roto, con mala fortuna, también queda un cuerpo tirado en medio de la escena.

El escapista no tiene temor de mostrar sus trucos, de decir donde esconde las llaves o de mostrar los nudos que utiliza cuando lo atan, porque sabe que no es solo el ingenio el que le da paso a la liberación, sino también la destreza y una disciplina espartana, un sacerdocio por el escape, que no muchos están dispuestos a seguir. El truco del escapista está en arrancar de sí mismo, concentrarse en evitar que lo alcance cualquiera, inclusive el mismo truco. Pero nosotros no vemos nada de eso porque está tapado por el truco, por la cortina de la magia, lo único que vemos es un hombre que resucita luego de haberlo dado por muerto.


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(*) Entendiendo este concepto como quien hace magia solo con cartas, monedas, y en general, cosas pequeñas.

1 comentario:

  1. La Magia realmente es fascinante, me gusto mucho el blog, los felicito, voy a visitarlo seguido.
    Saludos
    LEINAD

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